Ese mismo día, fue
hecho sabedor por exploradores de que los enemigos se habían retirado al pie de
un monte a ocho mil pasos de su campamento, y envió (a algunos) para que
reconocieran cómo era la naturaleza del monte y cómo sería la subida dando un
rodeo.
Después de la
media noche a T. Labieno, legado propretor, con dos legiones y sus jefes manda
subir hasta la cima del monte para que reconociera el camino y le presentó cuál
era su consejo.
Él mismo
después de la cuarta vigilia se dirige hacia ellos por el mismo camino que
transitaran los enemigos y a toda la caballería envía delante de él. P.
Considio, que se tenía por muy diestro en el arte militar y había estado en el
ejército de L. Sila y luego en el de M. Craso, es enviado delante con
exploradores.
22
César, tras hacer retirar de la presencia de todos los caballos, primero el suyo, para que igualado peligro para todos desapareciera el deseo de la fuga, animando a los suyos, entabló combate. Los solados, tras lanzar sus lanzas desde el lugar más alto, rompieron fácilmente la falange de enemigos. Y una vez desecha esta, con las espadas desenvainadas, los atacaron.
22
Al amanecer,
como el altísimo monte iba a ser ocupado por Labieno, él mismo de los campamentos
enemigos no más mil quinientos pasos distaba y no, como después por parte de
los cautivos supo, se conocía la su venida ni la de Labieno, Considio, a galope
tendido, se apresura junto a ellos y dice que el monte, que quería ser ocupado
por Labieno, se ha ocupado por los enemigos: que esto se sabía por las armas galas
y los estandartes.
César conduce a
sus tropas hacia una colina vecina y dispone el ejército en formación de
batalla. Labieno, como había sido mandado por César no entrar en batalla a
menos que las tropas delante cerca de los campamentos de los soldados fueran
vistas, para de todas partes al mismo tiempo se atacara a los enemigos, con el
monte ocupado esperaba a los nuestros y estaba alejado de la batalla.
Muy avanzado el
día, mediante exploradores César supo que no solo el monte se había ocupado por
los suyos sino que los Helvecios habían levantado el campamento y que Considio,
aterrorizado, informó de lo que no había visto en vez de lo visto.
El mismo día con
el intervalo que había acostumbrado sigue a los enemigos y a tres mil pasos de
su campamento establece el campamento.
23
Al día
siguiente, puesto que en total quedaban dos días hasta cuando al ejército el
alimento convenía distribuir, y puesto que de Bibracte, la ciudad más grande
con mucho de los Heduos y la más rica, no más de dieciocho mil pasos distaba,
creyó que debía prestar atención al asunto de la comida. Así, el camino de los
Helvecios deja y se apresura a ir a Bibracte. Este asunto por los fugitivos de
L. Emilio, decurión de la caballería gala, se comunica a los enemigos.
Los Helvecios,
bien porque creían que los romanos se habían alejado de ellos atemorizados
porque, ocupados los lugares más altos el día antes, no habían entablado
batalla, bien porque confiaban en que podían ser privados de la comida, cambiada
la decisión y volviendo sobre sus pasos, empezaron los nuestros a ser
perseguidos por la retaguardia y a provocar.
24
Después de
darse cuenta de esta intención, César condujo a sus tropas a una colina vecina
y envió a la caballería para que contuviera el ataque de los enemigos. Mientras
tanto, él mismo en medio de la colina puso en formación de tres líneas a cuatro
de las legiones de veteranos.
En la cúspide,
colocó a las dos legiones que había reclutado en la vecina Galia citerior y a
todas las tropas auxiliares, de modo que llenaran de hombres todo el monte
encima de ellos. Ordenó que levaran los bagajes y los fardos a un mismo lugar y
que él fuera protegido por aquellos que habían constituido la formación
superior.
Los Helvecios, persiguiéndolos
con todos sus carros, juntaron todos sus bagajes en un mismo lugar; ellos
mismos con una formación muy cerrada, después de rechazar a nuestra caballería,
tras formar la falange, se acercaron hasta nuestra primera línea de batalla.
25
César, tras hacer retirar de la presencia de todos los caballos, primero el suyo, para que igualado peligro para todos desapareciera el deseo de la fuga, animando a los suyos, entabló combate. Los solados, tras lanzar sus lanzas desde el lugar más alto, rompieron fácilmente la falange de enemigos. Y una vez desecha esta, con las espadas desenvainadas, los atacaron.
Los Galos
tenían un gran estorbo para el combate, que atravesados y unidos varios escudos
de ellos con un mismo golpe de lanzas, como se doblaba el hierro, ni podían sacarlo
ni luchar suficientemente cómodos con la izquierda impedida, de manera que
muchos, tras agitar el brazo largo tiempo, preferían soltar el escudo de la
mano y luchar con el cuerpo al descubierto. Finalmente,
fatigados por las heridas comenzaron a retroceder y, puesto
que un monte surgía a un espacio de alrededor de una milla, allí se retiraron.
Tomado el monte
y acercándose los nuestros, los Boyos y los Tulingos, que cerraban la formación
de enemigos con alrededor de quince mil hombres y eran la retaguardia de la
defensa, atacando a los nuestros por el camino desde el flanco abierto,
comenzaron a cercarlos, y viendo esto, los Helvecios, que se habían retirado al
monte, comienzan de nuevo a amenazar y a reintegrarse a la batalla.
Los Romanos
atacaron en dos direcciones: la primera y la segunda fila, de modo aguantara a
los vencidos y derrotados, la tercera, de modo que sostuviera a los que venían.
26
Así, en una
batalla de dos frentes, se luchó larga y cruelmente. Cuando no pudieron
aguantar el ataque de los nuestros por más tiempo, unos, como ya intentaran, se
retiraron al monte, otros se reunieron junto con sus bagajes y carros.
En toda esta
batalla, como desde la hora séptima hasta la tarde se había luchado, nadie pudo
ver al enemigo que huía. Incluso hasta entrada la noche, junto a sus bagajes,
se luchó, puesto que opusieron sus carros a modo de parapeto y, desde un lugar
más alto, contra los nuestros que se acercaban, disparaban dardos y no pocos,
entre los carros y ruedas, lanzaban lanzas y venablos y herían a los nuestros.
A las fronteras
de los Lingones llegaron al cuarto día, puesto que los nuestros no pudieron
seguirlos debido tanto a las heridas de los soldados como al entierro de los
muertos. César envió cartas y nuevas a los Lingones para que no los ayudaran
con alimento o con otra cosa: si alguien los ayudaba, se tendría en el mismo
lugar que a los Helvecios. Pasados tres
días, con todas sus tropas él mismo comenzó a seguirlos.
27
Los Helvecios,
llevados por la escasez de todo, enviaron legados junto a él sobre la
rendición. Estos, después de que le encontraron en el camino y se postraron a
sus pies y le pidieron la paz, llorando, hablando suplicantes, y a ellos en el
mismo lugar que estaban él les mandó esperar su llegada, obedecieron.
Después de llegar César allí,
pidió rehenes, armas y esclavos que había huido junto a ellos. Mientras se
quejaban y se juntaban estas cosas, pasada una noche, alrededor de seis mil hombres
del pago que se llamaba Urbígeno, o bien aterrorizados de que entregadas las
armas sufrirían un castigo, o bien inducidos por la esperanza de la salvación,
ya que creían que podrían ocultar su fuga entre tanta multitud de rendidos su
fuga o bien que fuera ignorada por todos, saliendo al anochecer de los
campamentos de los Helvecios, se dirigieron hacia el Rin y las frontras de los
Germanos.
28
Cuando César se enteró, mandó a
estos a través de cuyas fronteras habían ido, que los buscaran e los hicieran
volver, si querían ser justificarse ante él. Los tuvo entre el número de
enemigos al volver, a todos los restantes, entregados rehenes, armas y
fugitivos, los acogió en la rendición.
A los Helvecios, los Tulingos y
los Latóbriges a sus fronteras, de donde habían venido, los mandó volver, y, puesto
que, habiendo echado a perder los productos de la tierra, no había nada en el
hogar con lo que soportaran el hambre, a los Alóbroges mandó que les hicieran
cantidad de alimento. Les mandó a ellos mismos que restituyeran las ciudades y
los pueblos que habían incendiado.
Hizo esto con el mayor interés, porque no quería que ese lugar de donde los Helvecios habían salido quedara vacío, para que no, a causa de la bondad de los campos, los Germanos, que habitan tras el Rin, cruzaran de sus fronteras hacia las fronteras de los Helvecios de su provincia vecina, y fueran vecinos de la provincia de la Galia y de los Alóbroges.
A los Boyos, tras pedirlo los
Heduos, puesto que eran conocidos por su egregia virtud, les concedió que se
establecieran en sus fronteras; en aquel lugar, a estos les dieron campos a los
que después en igual condición de derecho y libertad***.
29
En los campamentos de los
Helvecios se encuentran registros hechos con caracteres griegos y se llevan a Cesar,
en las cuales tablas se había hecho un cálculo nominal de qué cantidad de ellos
había salido de casa que podían llevar armas e, igualmente por separado,
cuántos niños, ancianos y mujeres había.
De todas estas cosas, el total de
personas de los Helvecios era doscientos sesenta y tres mil, de los Tulingos
treinta y seis mil, de los Latóbriges catorce mil, de los Rauracos veintidós
mil, de los boyos treinta y dos mil; de estos, quienes armas podían había
alrededor de noventa y dos mil.
El total de todos estos fue de
alrededor de trescientos sesenta y tres mil. Se halló que el número de los que
volvieron a casa tras hacer el recuento, como había mandado César, era ciento
diez mil.
30
Terminada la guerra contra los
Helvecios, legados de casi toda la Galia, los primeros de las ciudades,
vinieron para la felicitación de César: creían que, aunque los hubiera
castigado con la guerra en vista de las viejas injurias de los Helvecios contra
el pueblo Romano, aquel asunto no menos había sucedido por la práctica de la
tierra Gala que la del pueblo Romano, ya que los Helvecios habían dejado sus
casas tras aquel concilio en favor de intereses más florecientes, para llevar
la guerra a toda la Galia y hacerse con el poder, y elegir como domicilio un lugar
con gran riqueza de entre toda la Galia, que juzgaran muy oportuno y fructuoso,
y tener las ciudades restantes sometidas.
Pidieron que les permitieran
celebrar un concilio de toda la Galia en cierto día y que querían hacerlo con
la voluntad de César: había ciertas cosas que según común acuerdo de él querían
pedir. Permitido este asunto, decidieron un día para el concilio y lo sellaron entre ellos haciendo un juramento para que nadie lo publicara, a menos que le fuera mandado por el concilio común.
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